lunes, 13 de abril de 2009

El hombre del balcón

Maj Sjöwall y Per Wahlöö
(Mannen pa balkongen)
RBA Libros, 2008
Calificación: 4/5

La editorial RBA viene publicando dentro de su interesante Serie Negra obras de autores actuales consagrados como Camilleri o Rankin, descubriendo panoramas inéditos para el lector español, como el del islandés Indridasson o el sudafricano Meyer, reeditando clásicos americanos como Burnett o Mc Donald, o recuperando joyas olvidadas como la serie del comisario Martin Beck y su brigada de homicidios de Estocolmo, de la pareja sueca Maj Sjöwall y Per Wahlöö. De las diez novelas de esta serie, están disponibles por el momento Rosseanna, El hombre del balcón, El policía que ríe y El hombre que se esfumó.

Suecia ha sido desde hace décadas un buen vivero de autores de novela policíaca; suyos son dos de los principales autores contemporáneos, los archiconocidos Mankell y Larsson. Descubrir ahora al dúo Sjöwall-Wahlöö supone asistir al nacimiento de la novela policíaca europea moderna, muchos de los delitos, tramas, recursos, personajes, desenlaces, se han desarrollado después millones de veces, pero en esta serie se tiene la emoción de inaugurar un camino literario hasta entonces inexplorado (al menos en Europa), la sensación de ser testigo a través de la trama policíaca de la revolución cultural y de los cambios sociales que tienen lugar en la década de los sesenta en Europa.

En primer lugar y más importante de todo, las novelas de esta serie se devoran, se leen del tirón sin poder parar, y eso que los autores no escatiman los rasgos más crudos de su realidad y del contexto en el que se mueven los protagonistas. Se maneja el tiempo de los acontecimientos con gran habilidad, la investigación avanza, se paraliza, se reanuda, se acelera, se ralentiza, todo ello siguiendo el curso más lógico en que debe de consistir una investigación real. Y con ello, el lector se anima, se desespera, se asombra con las nuevas pistas que van surgiendo, se indigna o solidariza con los protagonistas, en suma, no puede dejar de leer hasta que conoce los resultados.

La serie de Martin Beck posee una
modernidad envidiable (dicho esto en el mejor sentido posible), si no fuera por la falta de móviles y ordenadores, podría pensarse perfectamente que se trata de historias que se desarrollan en el presente. En ellas levantamos el velo de una sociedad que se halla en un aparente bienestar, cotidiano y civilizado, pero que empieza a dar muestras de decadencia (la primera masacre de Suecia en El policía que ríe). En España no podrían haberse escrito estas novelas por cuanto en aquel momento no existía ni siquiera ese presunto bienestar del que desengañarse.

En su último libro de la serie Montalbano,
Ardores de agosto (pág. 110), Camilleri hace una mención a una estupenda novela de dos autores suecos que eran marido y mujer en la cual no hay una página en la que no se contenga un despiadado ataque a la socialdemocracia y al gobierno. Montalbano lo dedica mentalmente a todos aquellos que no se dignan a leer novelas policíacas por considerarlas un mero pasatiempo repleto de enigmas. Es cierto que se muestra la peor parte de su sociedad que sale a relucir con cada crimen, pero no advierto el sesgo político que ve Camilleri.

Las novelas de Martin Beck tienen un protagonismo coral, la brigada de homicidios de Estocolmo (salvo en El hombre que se esfumó). Aunque se dedica una mayor atención a dos o tres personajes y pudiera pensarse en Martin Beck como personaje principal en su condición de comisario, que ejerce de jefe de la brigada y dirige las investigaciones, puede decirse que el protagonismo es compartido, todos ellos contribuyen en pequeña o gran medida a esclarecer cada uno de los puntos de la trama. Entre ellos se estiman, se caen antipáticos, se desprecian profesionalmente, mal comen, mal duermen, ... en fin, como la vida misma.

Una curiosidad que me ha resultado divertida, los policías se desplazan en el curso de sus investigaciones en transporte público en la gran parte de las ocasiones, van a interrogar a un testigo en metro, conocen las distintas rutas de autobuses, o especulan con las mejores combinaciones de líneas para llegar a su destino. En El hombre del balcón una de las pistas es un billete de autobús, y El polícia que ríe el crimen se comete al final del trayecto de la línea 47 de autobúses.

Entre las de esta serie,
El hombre del balcón es la primera que leí y la que más impresión y regusto que me causó, aunque todas ellas son magníficas. Se trata de encontrar al asesino de niñas pequeñas que abusa previamente de ellas en los parques de Estocolmo (cuántas veces la misma historia, pero que distinta es aquí). Detrás de cada víctima hay una historia familiar que los autores se complacen en desmenuzar para desenmascarar la falsa apariencia de bienestar. La brigada de homicidios sigue el hilo a todas las pistas de forma metódica y concienzuda, se va reconstruyendo un perfil del posible asesino, que sin embargo,no aparece por ninguna parte, mientras crece la posibilidad de nuevos crímenes y consiguientemente las presiones de arriba para esclarecer el caso.

Como en las grandes novelas policíacas, el final no defrauda. El autor puede decantarse por un desenlace espectacular o sencillo, pero tiene que resolver de manera brillante, que sea creíble pero no defraude, que sea original sin resultar cargante, una suerte en la que pocos se manejan, y aquí tampoco decepciona esta novela. Sus finales son verosímiles, hasta normales (dentro de lo normal que puede resultar un crimen), de un gris escandinavo, y precisamente por ello, muy buenos.

LO MEJOR: Su principal virtud consiste en manejar el tiempo de la acción hasta resultar absorbente, y ello en un contexto de mediocridad, desánimo, decadencia y falta de estímulos, a pesar de todo ello, a uno le dan ganas de hacerse policía (pero sólo en la brigada de homicidios de Estocolmo de los años sesenta).

LO PEOR: Hay cierto efectismo en la presentación o finalización de algunas situaciones, con frases cortas y contundentes, que causan más gracia (a su pesar) que impresión. No es algo especialmente negativo, pero quizá fuera un recurso novedoso entonces aunque hoy algo superado. Ejemplo (pág. 125): "
Luego se fue a casa. Se tomó otro café y se acostó. Permaneció pensando en la oscuridad. En algo."