miércoles, 29 de julio de 2009

La mujer de verde

Analdur Idridason
Editorial RBA, Col. Serie Negra, 2009
Calificación: 1/5

Escribir novela negra en el presente momento es la máxima garantía para un autor de ser leído, y si el autor resulta ser escandinavo, no digamos ya sueco, la garantía se convierte en certeza multimillonaria. No estoy de acuerdo con quienes opinan que el género negro está viviendo un tiempo de esplendor. Esto lo podrán decir los editores, atendiendo al número de ventas, pero no así el lector un poco exigente.

El género negro se ha popularizado de forma muy rápida en los últimos años, las editoriales desempolvan viejos clásicos, rebuscan en países inéditos, se multiplican las colecciones, hay que aprovechar el tirón comercial con el que casi todo se puede colocar (cosa que me parece bien, así habrá para todos los gustos). Ahora bien, este incremento de títulos publicados no implica necesariamente que se trate de buenas obras, más bien al contrario.

La novela negra parte de una estructura definida, probada, solvente, cuya puesta en escena no requiere de un maestro, sólo de un hábil artesano que se atenga a las reglas básicas y que aporte algún ingrediente mínimamente reseñable de su propia cosecha. A partir de ahí, únicamente unos pocos son capaces de aportar originalidades perdurables, de hacer evolucionar el patrón hacia obras que pueden llamarse sin complejos, maestras. El libro Juegos Sagrados y la serie de The Wire son un ejemplo de esto último, en mi opinión. Entre estos dos extremos, toda una gama de libros buenos o muy buenos, según los casos.

En el caso de La mujer de verde no se puede hablar siquiera de un libro regular, tampoco de un libro más, que se lee y se olvida, más bien se trataría de un libro menos, es decir, de un libro menos que se debería haber escrito. Una obra que no funciona ni como legítimo pasatiempo bien elaborado.

Las obras de urbanización de un nuevo barrio en Reykiavik descubren los restos de un cuerpo humano que data de la época de la ocupación americana de Islandia durante la II Guerra Mundial. La acción se desdobla, la investigación en el presente y los "hechos" del pasado. Un comienzo prometedor, ¿no?.

Para empezar, la brigada de investigadores resulta del todo anodida, el inspector Elendur no es un antihéroe sino un palizas cuyas miserias no interesan a nadie, por no hablar del inevitable conflicto paternofílial de todo policía nórdico que se precie. A todo esto, yo me pregunto: ¿forma parte de los méritos exigidos a todos servidor público escandinavo el contar con una complicada vida familiar?, ¿puntúa en las oposiciones los dramáticos desencuentros generacionales con, preferentemente, sus hijas? Por cierto, el desenlace de esta historia familiar cierra la novela con un final digno de ser destripado (¡máximo pecaso en estos casos!), para escarmiento de incautos.

Se podrá decir, ¿no son los conflictos familiares un ingrediente fundamental en las obras nórdicas? Me vienen a la memoria Rompiendo las olas, de Lars von Trier, Fanny y Alexander, de Ingmar Bergman, o los personajes de las novelas de Per Wahlöö y Maj Sjöwall, comentadas en el post anterior. Estas situaciones, o enganchan o cansan, La mujer de verde es cansina.

El desarrollo de la investigación, a lo largo de la cual la historia pasada va engarzándose en la presente, es muy pobre, plagada de recursos fáciles, como la aparición de la misteriosísima mujer de verde en el escenario de las excavaciones, o que muchos hechos se aclaren por confesiones de los personajes (sí, sí, confesiones, como suena, para qué una buena investigación que vaya atando cabos).

Todo el interés se concentra en la historia pasada que da lugar a las pesquisas en el presente, una historia de salvaje brutalidad doméstica, de abusos y malos tratos familiares, que esto sí, el autor dosifica hábilmente para que crezca progresivamente la intriga en el lector, pero una intriga ¿vacía?, no crea situaciones o personajes memorables, una vez desvelada, la atención cae súbitamente. El autor se la juega a una carta, y a juicio de este servidor, pincha.
Probablemente esta crítica sea excesiva. Para quien desee una visión distinta del libro (¿será el mismo?), que lea casi todas las opiniones que se han escrito sobre él, a modo de ejemplo:

lunes, 13 de abril de 2009

El hombre del balcón

Maj Sjöwall y Per Wahlöö
(Mannen pa balkongen)
RBA Libros, 2008
Calificación: 4/5

La editorial RBA viene publicando dentro de su interesante Serie Negra obras de autores actuales consagrados como Camilleri o Rankin, descubriendo panoramas inéditos para el lector español, como el del islandés Indridasson o el sudafricano Meyer, reeditando clásicos americanos como Burnett o Mc Donald, o recuperando joyas olvidadas como la serie del comisario Martin Beck y su brigada de homicidios de Estocolmo, de la pareja sueca Maj Sjöwall y Per Wahlöö. De las diez novelas de esta serie, están disponibles por el momento Rosseanna, El hombre del balcón, El policía que ríe y El hombre que se esfumó.

Suecia ha sido desde hace décadas un buen vivero de autores de novela policíaca; suyos son dos de los principales autores contemporáneos, los archiconocidos Mankell y Larsson. Descubrir ahora al dúo Sjöwall-Wahlöö supone asistir al nacimiento de la novela policíaca europea moderna, muchos de los delitos, tramas, recursos, personajes, desenlaces, se han desarrollado después millones de veces, pero en esta serie se tiene la emoción de inaugurar un camino literario hasta entonces inexplorado (al menos en Europa), la sensación de ser testigo a través de la trama policíaca de la revolución cultural y de los cambios sociales que tienen lugar en la década de los sesenta en Europa.

En primer lugar y más importante de todo, las novelas de esta serie se devoran, se leen del tirón sin poder parar, y eso que los autores no escatiman los rasgos más crudos de su realidad y del contexto en el que se mueven los protagonistas. Se maneja el tiempo de los acontecimientos con gran habilidad, la investigación avanza, se paraliza, se reanuda, se acelera, se ralentiza, todo ello siguiendo el curso más lógico en que debe de consistir una investigación real. Y con ello, el lector se anima, se desespera, se asombra con las nuevas pistas que van surgiendo, se indigna o solidariza con los protagonistas, en suma, no puede dejar de leer hasta que conoce los resultados.

La serie de Martin Beck posee una
modernidad envidiable (dicho esto en el mejor sentido posible), si no fuera por la falta de móviles y ordenadores, podría pensarse perfectamente que se trata de historias que se desarrollan en el presente. En ellas levantamos el velo de una sociedad que se halla en un aparente bienestar, cotidiano y civilizado, pero que empieza a dar muestras de decadencia (la primera masacre de Suecia en El policía que ríe). En España no podrían haberse escrito estas novelas por cuanto en aquel momento no existía ni siquiera ese presunto bienestar del que desengañarse.

En su último libro de la serie Montalbano,
Ardores de agosto (pág. 110), Camilleri hace una mención a una estupenda novela de dos autores suecos que eran marido y mujer en la cual no hay una página en la que no se contenga un despiadado ataque a la socialdemocracia y al gobierno. Montalbano lo dedica mentalmente a todos aquellos que no se dignan a leer novelas policíacas por considerarlas un mero pasatiempo repleto de enigmas. Es cierto que se muestra la peor parte de su sociedad que sale a relucir con cada crimen, pero no advierto el sesgo político que ve Camilleri.

Las novelas de Martin Beck tienen un protagonismo coral, la brigada de homicidios de Estocolmo (salvo en El hombre que se esfumó). Aunque se dedica una mayor atención a dos o tres personajes y pudiera pensarse en Martin Beck como personaje principal en su condición de comisario, que ejerce de jefe de la brigada y dirige las investigaciones, puede decirse que el protagonismo es compartido, todos ellos contribuyen en pequeña o gran medida a esclarecer cada uno de los puntos de la trama. Entre ellos se estiman, se caen antipáticos, se desprecian profesionalmente, mal comen, mal duermen, ... en fin, como la vida misma.

Una curiosidad que me ha resultado divertida, los policías se desplazan en el curso de sus investigaciones en transporte público en la gran parte de las ocasiones, van a interrogar a un testigo en metro, conocen las distintas rutas de autobuses, o especulan con las mejores combinaciones de líneas para llegar a su destino. En El hombre del balcón una de las pistas es un billete de autobús, y El polícia que ríe el crimen se comete al final del trayecto de la línea 47 de autobúses.

Entre las de esta serie,
El hombre del balcón es la primera que leí y la que más impresión y regusto que me causó, aunque todas ellas son magníficas. Se trata de encontrar al asesino de niñas pequeñas que abusa previamente de ellas en los parques de Estocolmo (cuántas veces la misma historia, pero que distinta es aquí). Detrás de cada víctima hay una historia familiar que los autores se complacen en desmenuzar para desenmascarar la falsa apariencia de bienestar. La brigada de homicidios sigue el hilo a todas las pistas de forma metódica y concienzuda, se va reconstruyendo un perfil del posible asesino, que sin embargo,no aparece por ninguna parte, mientras crece la posibilidad de nuevos crímenes y consiguientemente las presiones de arriba para esclarecer el caso.

Como en las grandes novelas policíacas, el final no defrauda. El autor puede decantarse por un desenlace espectacular o sencillo, pero tiene que resolver de manera brillante, que sea creíble pero no defraude, que sea original sin resultar cargante, una suerte en la que pocos se manejan, y aquí tampoco decepciona esta novela. Sus finales son verosímiles, hasta normales (dentro de lo normal que puede resultar un crimen), de un gris escandinavo, y precisamente por ello, muy buenos.

LO MEJOR: Su principal virtud consiste en manejar el tiempo de la acción hasta resultar absorbente, y ello en un contexto de mediocridad, desánimo, decadencia y falta de estímulos, a pesar de todo ello, a uno le dan ganas de hacerse policía (pero sólo en la brigada de homicidios de Estocolmo de los años sesenta).

LO PEOR: Hay cierto efectismo en la presentación o finalización de algunas situaciones, con frases cortas y contundentes, que causan más gracia (a su pesar) que impresión. No es algo especialmente negativo, pero quizá fuera un recurso novedoso entonces aunque hoy algo superado. Ejemplo (pág. 125): "
Luego se fue a casa. Se tomó otro café y se acostó. Permaneció pensando en la oscuridad. En algo."

jueves, 19 de marzo de 2009

A cada cual lo suyo

Leonardo Sciascia
(A ciascuno il suo)
Tusquets Editores, 2008
Calificación: 4/5

Una de las claras muestras de encontrarnos ante un maestro, no ya de literatura o de lo que sea, un maestro sin más, es la capacidad de alcanzar con pocos y sencillos elementos, un resultado complejo, profundo.

Conocía a Sciascia de otras obras,
Todo modo y El caso de Aldo Moro. La primera, una de sus novelas más conocidas y valoradas, es una crítica social, descarnada, sin envoltorio que la haga digerible, demasiado evidente y previsible. La segunda es una interesante reconstrucción de unos de los capítulos más traumáticos de la historia reciente italiana, el secuestro y asesinato posterior del líder de la Democracia Cristiana a manos de las Brigadas Rojas.

En esta novela Leonardo Sciascia,
A cada cual, lo suyo, parte de una historia escuchada hasta el hastío (un anómino que amenaza de muerte), planteada linealmente (sólo dos elipsis, al principio y al final, coincidiendo con los crímenes), situada en un lugar y un tiempo aparentemente anodinos (en un pueblo de Sicilia de los años sesenta). Con este esquema tradicional de novela negra y un tono costumbrista, en el que tan cómodos se encuentran los autores sicilianos, Sciascia realiza la más lúcida y feroz crítica social que yo recuerde, deslumbrante por su brillantez, heladora por sus conclusiones.

Este terreno especialmente pantanoso, el de la crítica social, tan dado a intelectualismos vacuos, moralismos cargantes y pretensiones estéticas a años luz de los resultados, está plenamente logrado en
A cada cual, lo suyo, por un camino, sin embargo, insólito para ello, una novela criminal de pueblo, siciliano para más señas. Si la crítica social pretende levantar al lector de su asiento y movilizar las conciencias, el efecto de A cada cual, lo suyo es contraproducente, su análisis es tan certero y sus conclusiones tan demoledoras, que cualquier tentación de rebeldía queda automáticamente frustrada y machacada. A este respecto merece destacar el capítulo final, genial desenlace, terrible frase final con la que se cierra el libro.

El contrapunto lo da este humor siciliano tan característico, irónico, descreído, soterrado, hecho de sobreentendidos y complicidades culturales, que se reconoce también en Andrea Camilleri. Un humor que se recrea en la descripción de ambientes y personajes, calificable como costumbrista sin connotaciones peyorativas, que deja vislumbrar una profunda identificación de Sciascia con lo siciliano sin renunciar a la denuncia de los males endémicos sicilianos. Sciascia decía que odiaba Sicilia en la misma medida en que la amaba.

Como toda obra maestra que se precie de serlo, llamémosla ya así para acabar de decirlo de una vez, funciona en varios registros posibles, como novela negra, como novela costumbrista y como novela social, por supuesto. Lectura imprescindible. Ya empiezo a disfrutar por adelantado
El día de la lechuza.

LO MEJOR: Lo definiría como el
efecto tortilla española, es decir, cómo es posible que con tres ingredientes básicos, cual son patata, huevo y aceite, se pueda elaborar un plato con tantos matices y sabor tan penetrante.

LO PEOR: Tendré que leerlo nuevamente para encontrar algún inconveniente.

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domingo, 8 de febrero de 2009

El engaño de Selb

Bernhard Schlink
(Selb Betrug)
Editorial Anagrama, 2004.
Calificación: 3/5

Descubro con interés que este Schlink es el mismo autor del bestseller internacional El lector, traducido a multitud de idiomas y adaptado al cine en una recientemente estrenada película del mismo nombre, protagonizada por Kate Winsley y bien acogida por la crítica. No es habitual que los autores de novela negra/criminal triunfen fuera del género (que se lo digan a Henning Mankel), sí es más frecuente que novelistas extramuros se vean tentados por el lado oscuro (el último, Ramiro Pinilla con Sólo un muerto más).

El engaño de Selb es la segunda novela de la trilogía dedicada al detective Gerhard Selb, que comienza con La justicia de Selb y termina con El fin de Selb. El protagonista es detective privado en la ciudad alemana de Mannheim, en el estado federado de Baden-Wurterberg, en el sudoeste de Alemania. Selb ronda los setenta años pero sigue en forma, tiene una novia, Brigitte, mucho menor que él, y se resiste a abandonar la independencia que comparte con su gato Turbo. En su juventud fue fiscal nazi, ocupación que abandonó asquedado consigo mismo a pesar de haber tenido la posibilidad de rehabilitarse, como tantos otros hicieron en cuanto pudieron.

En esta ocasión Selb es contratado por un padre rico para que encuentre de forma discreta a su hija desaparecida. Selb busca a la chica y en sus pesquisas se ve envuelto en la investigación de un atentado contra un supuesto depósito de gases venenosos de una base americana, atentado realizado por herederos de la extinta banda terrorista de los Baader Meinhof, que en los años setenta tuvo en un puño a la sociedad alemana occidental. Selb tiene también que sortear las maniobras oficiales para encubrir la existencia de ese depósito ilegal, inconfesable por el peligro que supondría para la población civil, lo que le lleva a enfrentarse a la BKD, la Oficina Federal de Investigación Criminal.

Selb siempre toma partido, quizá movido por el arrepentimiento de su pasado, quizá porque al acercarse al final de su vida no tiene nada que perder, lo cierto es que no es testigo pasivo de la acción, participa activamente, cambia el rumbo de los acontecimientos y asume las consecuencias que habitualmente tienen sus decisiones. Pocos protagonistas asumen este papel heterodoxo de forma tan acusada. Un acierto, en mi opinión, una nota distintiva sin tener que recurrir a excéntricas aficiones a las que nos tienen acostumbrados tantos protagonistas.

La novela criminal te permite trasladarte a un país distinto, visitar ciudades, conducir por autopistas, recorrer calles y plazas, tomar atajos, introducirte en edificios, frecuentar bares y restaurantes, tratar con personajes de otra cultura, como si de un viaje virtual se tratara, con la ventaja de hacerlo con la familiaridad y espontaneidad del autor nativo. Esto le otorga un valor añadido que uno no disfrutaría aunque hiciera efectivamente ese viaje por su propia cuenta. Leer una novela criminal de otro país es tener un amigo en cada ciudad, que filtra y matiza para ti las recomendaciones oficiales de una guía de viajes. Edimburgo no sería lo mismo si no lo viéramos a través de los ojos de Rebus, o Atenas en la piel de Jaritos, o Sicilia en la de Montalbano.

En el caso de Selb, la acción de sitúa en la Alemania profunda de los años noventa, de ciudades industriales, de tranquilidad provinciana y alto nivel de vida, territorio próximo en la distancia pero absolutamente desconocido. Al contrario de Gran Bretaña, Francia o Italia, de las que tenemos un conocimiento bastante aproximado, creo que Alemania sigue siendo para nosotros un vecino ausente, apenas sabemos de ella a través de unos cuentos tópicos locales (de los que nos quejamos amargamente cuando nos toca a nosotros), el nazismo, el muro de Berlín, la locomotora económica de Europa, cerveza y salchichas de la Octoberfest de Munich, y... poco más.

La trama de la novela funciona con precisión, aunque se va enrevesando paulatinamente y da sucesivos giros, se sigue sin problemas y lo que es más importante, con interés, toca temas de actualidad, terrorismo, ecologismo, tiene personajes verosímiles, bien definidos, pero... no enganchan ni los personajes ni el protagonista ni el mundo que propone, una maquinaria perfecta pero absolutamente fría, distante, sin alma, ¿será que he caído en la trampa de los tópicos? ¿O es simplemente que El engaño de Selb cumple al mostrarnos un mundo pudiente, sofisticado, cotidiano, soso?

LO MEJOR: Selb toma partido, de forma activa y contundente, en favor de qué es lo de menos. La trama es el punto fuerte de la obra, todos los mecanismos encajan a su debido tiempo.

LO PEOR: Habrá que viajar a Mannheim para comprobar si todo es tan plano como parece, o ello se debe a la visión del autor.

domingo, 18 de enero de 2009

Juegos sagrados

Vikram Chandra
(Sacred games)
Mondadori, 2007
Calificación: 5/5

Cuando se empieza a leer un libro de mil páginas, existen dos posibilidades. O se convierte en una travesía del desierto, eterna y dolorosa, donde cada capítulo supone un trago de jarabe amargo y miras constantemente las páginas que has leído en los últimos treinta segundos. O por el contrario, te sumerges por completo en la historia (o historias, en este caso), pierdes toda noción del mundo exterior y sólo te das cuenta del rato largo que llevas leyendo cuando descubres con preocupación cómo van bajando las páginas que quedan para el final.

Un ejemplo de esta segunda posibilidad es Juegos Sagrados.

Tiene la enorme ventaja de situarse en la India del siglo XX y XXI, lo que le otorga una baza narrativa ilimitada, si como es el caso, se sabe aprovechar. A lo largo de la obra nos asomamos al conflicto siempre presto a saltar entre India y Pakistán, desde las masacres históricas de la Partición hasta la actual amenaza nuclear; las tensiones constantes entre religiones, hindúes y musulmanes principalmente, pero sin olvidar a los sikhs, las diversas confesiones cristianas, judíos, parsis; las tensiones entre castas, desde los solemnes brahamanes o los inquietantes kshatriyas hasta las otras castas atrasadas (OBC, other backward castes), los grupos tribales y los dalits o intocables; las inabarcables lenguas indias, de las que Juegos Sagrados recoge multitud de expresiones y vocabulario, en hindi, urdu, marathi, panjabí, bengalí, tamil, telegu, jerga de Bombay, y como lengua común y sofisticada de la élite, el inglés; las luchas políticas entre el Partido del Congreso y los fundamentalistas hindúes, que todo lo contaminan y todo lo trastocan; el lujo y la estética filmi de las películas de Bollywood, y su desconocido trasfondo de miseria moral; y por supuesto, Bombay, las guerras entre bandas mafiosas, las clases acomodadas que pueden permitise juegos amorosos, los afanosos trabajadores enfrascados en la pelea diaria por dar un futuro con mayores posibilidades a sus hijos, las buras o asentamientos de chabolas en las que se refugia toda la población que llega a la ciudad sin nada material pero con las ilusiones de una vida mejor.

A pesar de moverse entre criminales, políticos corruptos, policías embrutecidos, gurús impostores y toda clase de fauna urbana, la historia está contada con un estilo depurado e hipnótico, que le proporciona por momentos un aire épico o doméstico, brutal o nostálgico. Utiliza la técnica del relato en paralelo, donde se seguimos a un policía sikh, Sartaj Singh, y a un jefe de una banda mafiosa india de ámbito internacional, Ganesh Gaitonde. Donde empieza el relato del primero, termina el del segundo, este último se rememora en forma de flashback. Esta técnica no es novedosa, pero aquí está tratada con notable acierto, de forma que las dos historias avanzan progresivamente y se van explicando mutuamente, las investigaciones del policía dan pistas narrativas sobre las andanzas criminales del mafioso, y viceversa.

Algunos capítulos son lo que el autor llama insertos, en realidad historias breves protagonizadas por algunos personajes secundarios en otro tiempo y lugar, que contribuyen a explicar la trama argumental principal que se desarrolla en tiempo presente. Habitualmente este tipo de digresiones son, en otras novelas, un auténtico coñazo, dicho mal y pronto, que nada aporta salvo distraer gratuitamente. En el caso de Juegos Sagrados, estos insertos son uno de los mayores aciertos y su lectura resulta especialmente apetecible.

Los personajes están bien definidos, con paciencia se va desgranando su personalidad, su pasado, sus objetivos (o no objetivos) vitales; no son buenos o malos, el honrado policía puede aceptar sobornos o hacer la vista gorda ante tejemanejes, y el mafioso puede tener grandes gestos, sin que por ello cambiemos la opinión que nos merecen unos y otros. Es simplemente cuestión de supervivencia y de no volverse loco nadando contracorriente.

En resumen, una novela total. Aparentemente todo apunta a una novela negra, ya que cuenta historias de crímenes de Bombay, pero es mucho más que eso, es una novela social, una novela histórica, una novela política, una novela realista, una novela de sagas familiares. Recuerda las obras monumentales del siglo XIX, como Guerra y Paz o Los Miserables, tiene ese mismo afán por contarlo todo y desde todos los puntos de vista,... y lo consigue. Cuando se termina su lectura, uno tiene la imposible sensación de entender porque India, y por extensión el mundo, es como es.

LO MEJOR: De entre las muchas virtudes de la obra, destacaría los insertos, pequeñas joyas que en pocas páginas cuentas toda una vida y te dejan sin respiración, especialmente las que enlazan con la historia de la Partición entre India y Pakistán.

LO PEOR: Un inconveniente, no de la obra, sino de la edición. Las numerosas palabras en distintos idiomas indios enriquecen la descripción de lugares y situaciones, pero al localizarse en un glosario al final del libro, dificultan una lectura fluida si uno se quiere empapar de todas ellas. Hubiera sido preferible incluir este glosario a pie de página.

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jueves, 1 de enero de 2009

Gomorra

Roberto Saviano
DeBolsillo 2007
Calificación: 4/5

A menudo los libros o películas sobre conocidas organizaciones criminales adoptan, conscientemente o no, la perspectiva de las propias bandas, están contadas desde dentro, y mayoritariamente, desde arriba, narran las luchas entre los distintos familias, la sucesión de jefes al frente de cada clan, sus conexiones políticas e internacionales,… Seguramente ello se deba en gran medida a la necesidad de meterse en la piel de estos personajes para llegar a comprender su particular lógica, la razón de sus acciones, con frecuencia inescrutable si no se conoce mínimamente sus mecanismos internos.

Sin embargo, esta necesidad de escoger el punto de vista de las propias bandas se convierte, bajo la seducción inconfesable del poder y de la violencia, en un protagonismo cuasimítico y glamoroso, cuando no en una defensa o justificación encubierta. Una maravillosa película como El Padrino es un claro ejemplo de ello; sus elegantes secuencias, la música de Nino Rota, la historia familiar que cuenta (equiparables a otras sagas cinematográficas), todo contribuye a santificar y mitificar estos personajes.

La Camorra napolitana, conocida entre los suyos como el Sistema, ha sido mucho menos tratada por la literatura o el cine que otras organizaciones criminales, como la mafia siciliana o la jakuza japonesa y es menos conocida por la opinión pública, aunque ha causado más víctimas que ninguna otra. La Camorra no actúa como una única organización estructurada y jerarquizada, sino que es una confederación horizontal de bandas que opera, unas veces de forma coordinada, otras en guerra abierta.

El Sistema no es sólo una organización criminal, es una cultura impregnada en la piel, fruto de años de miseria, analfabetismo, ignorancia, violencia y desatención de los poderes públicos, se mama desde la cuna y se crece con ella pegada a cualquier ámbito de la vida particular, quien da un paso en falso, aunque sea involuntario, lo paga con su vida y con la de su familia. No hay lugar al glamour, al mito, a los códigos centenarios de honor, sólo existe un brutal salvajismo, un virus que se expande y pudre todo lo que toca.

Gomorra es un puñetazo al estómago que deja momentáneamente sin respiración,… con ustedes el mismísimo infierno, un infierno peor que cualquiera imaginado porque es real, se nos aparece aquí y ahora, en una de los principales países europeos y en el siglo XXI. Gomorra nos cuenta la vida de estas organizaciones desde fuera y desde abajo, escrita en primera persona desde la perspectiva de quien no es miembro del Sistema pero vive a su alrededor, de los que ven condicionada su existencia completa por las reglas que le son impuestas, de las víctimas de un poder que todo lo alcanza y que no es posible ignorar, que te envuelve y que te asfixia.

Gran parte de los hechos que cuenta Gomorra son testimonios vividos personalmente por Saviano, lo que no deja margen a la interpretación o la leyenda. Se han comentado muchas de las historias que contiene Gomorra. Hay una de ellas poco comentada que me ha parecido especialmente monstruosa.

Los distribuidores de droga adulteran el producto con todo tipo de otras sustancias para obtener el máximo beneficio económico. Se trata de añadir el menor porcentaje de droga a la mezcla, de forma que el corte parezco bueno y sobre todo no cause víctimas mortales. No por cuestiones humanitarias, sino por simple lucro económico: si se corre el rumor entre los adictos, el producto no se vendería. Para evitar este riesgo, ofrecen gratuitamente la droga a yonquis que encuentran en la calle, y esperan a ver los resultados… si el corte es malo, el yonqui muere o queda malparado, y no deben poner la sustancia en circulación. Por supuesto, los traficantes no se ocupan del yonqui envenenado, al que dejan agonizando tirado en algún tugurio. Lo más terrible es que los propios yonquis intuyen que están siendo cobayas humanas, pero su desesperación les empuja a aceptar cualquier prueba gratuita. Un experimento pseudocientífico al puro estilo nazi.

Contrariamente a lo que se pueda creer, los golpes policiales al Sistema son constantes y considerables, los capos caen continuamente, pero tiene una capacidad de regeneración asombrosa, el lugar de una banda caída es ocupado al momento por varias incipientes. De ahí que la meta parezca eterna e inútil para quienes tratan de luchar contra el Sistema o simplemente no verse arrastrado por su miseria. Lo resume Saviano de esta forma

"Te deshojan lentamente. Una hoja cada día, hasta que te encuentras desnudo y solo, creyendo que estás luchando contra algo que no existe, que es un delirio de tu cerebro. Empiezas a creer en las calumnias que te señalan como un insatisfecho que la toma con los que han triunfado, a quienes, por su frustración, llama camorristas."

A pesar de todo, Saviano acaba su libro con un grito de rebeldía: "¡Malditos bastardos, todavía estoy vivo!"

LO MEJOR: Sólida, bien documentada, comprometida, real, radicalmente distinta a las ficciones sobre mafias

LO PEOR: A pesar de su solidez documental de la partitura, cuando sale del medio familiar a Saviano se le dispara la sintonía, lo que no desmerece en absoluto el conjunto. Como cuando dice que el despegue de las infraestructuras de la Costa del Sol se debe a las inversiones de la Camorra napolitana. El fenómeno de lo que allí ocurre es bastante más complejo de explicar, en todo caso no se debe ni exclusiva ni principalmente a las inversiones de los clanes napolitanos.

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domingo, 21 de diciembre de 2008

Vosotros no sabéis

Andrea Camilleri

(Voi non sapete)

Ediciones Salamandra, 2008

Calificación: 4/5


Pizzini es el nombre en dialecto siciliano para las notas escritas en clave en pequeños trozos de papel, en los cuales los miembros de la mafia siciliana se intercambian todo tipo de mensajes, sobre sus actividades delictivas, sobre su vida personal, sobre otras personas. A partir de estos pizzini, Andrea Camilleri reconstruye a modo de diccionario los años de gobierno de Bernardo Provenzano al frente de la Onorata Societá.


Leyendo Vosotros no sabéis de Andrea Camilleri, se puede tener la falsa impresión de que Bernardo Provenzano no es el último gran capo de esa maquinaria criminal que es la mafia siciliana, infiltrada hasta la podredumbre en cada resorte de poder, incluidas y especialmente las instituciones públicas, sino un hombre de honor y gestor de negocios que busca equilibrios de poder entre los diferentes intereses, que cree en las soluciones pacíficas y conciliadoras y sólo recurre a la violencia en casos de fuerza mayor, guardián fiel de un cultura centenaria presidida por principios trasnochados o políticamente incorrectos que no tienen acomodo en el sociedad moderna italiana, hipócrita y presuntamente democrática, principios que sólo comprenden aquéllos que han lo han recibido en herencia por vía directa de su sangre siciliana.


Bernardo Provenzano comenzó su carrera criminal en los años 50. Junto con Salvatore Totó Riina y Calogero Bagarella, llegó a convertirse en lugarteniente del capo más importante, Luciano Ligio. Conocido como asesino implacable que en opinión de Riina, tiraba como Dios, en 1963 pasa a la clandestinidad tras participar en el asesinato de Navarra, capo de una familia rival.


La policía detiene a Ligio en 1974, y Totó Riina se hace cargo de la familia de los Corleonesi, llamada así por proceder de la localidad de Corleone, en la provincia de Palermo. Riina inicia una guerra salvaje sin precedentes frente a las otras familias mafiosas y especialmente contra los clanes tradicionalmente más poderosos de la capital Palermo. Los medios y la crueldad empleados son inéditos incluso dentro de las habituales guerras entre mafiosos. Cuando finalmente Riina alcanza la supremacía entre las familias mafiosas siciliana, las cifras de muertos se multiplican, ejerce su poder como una autoritaria dictadura militar, sin permitir rivalidades ni admitir desviaciones de las órdenes impartidas. El estilo de Riina pasa por dejar muestras patentes y publicas de su poder indiscutible frente a todos, incluido el Estado italiano.


Durante los años 80, Totó Riina declara una guerra abierta a los poderes públicos que está a punto de ganar. Por primera vez en su historia, la mafia emplea tácticas terroristas propias de los grupos de índole política. Se asesina al general Dalla Chiesa, jefe emblemático de la lucha antimafia en Sicilia, a los jueces Falcone y Borsellino, que inician el macroproceso que acabará con la condena de centenares de mafiosos, y a infinidad de otros policías, fiscales, jueces o simples ciudadanos, todo aquel que opone la menor resistencia a su reinado. Durante este período de guerra abierta y pública contra el Estado, Provenzano se desmarca de la táctica de Riina e incluso saca a su familia de Sicilia para no verse arrastrado por esta situación.


Cuando Riina es detenido en enero de 1993 y tras un breve interregno, Provenzano asume la jefatura de la mafia. Su táctica consiste en la inmersión, en hacer olvidar a todos, policía y opinión pública, la existencia o importancia de la mafia, que permita la reorganización de los negocios y afloje el cerco policial. Los conflictos han de solucionarse sin derramamiento de sangre, a la usanza de la vieja mafia, mediante la mediación y el arreglo pacífico, sólo recurriendo a la violencia cuando se hayan agotado los otros medios.


Mediante los pizzini, conocemos cómo Provenzano se reviste de un halo de religiosidad, como si el desempeño del liderazgo fuera una pasada carga impuesta por designación divina para evitar caer en los excesos pasados. Su existencia va haciéndose progresivamente más difícil conforme el acecho policial se intensifica. Tiene que cambiar frecuentemente de casa, su contacto con el exterior se restringe para asegurarse de que no es vigilado por la policía.


Durante gran parte de los 43 años en que estuvo desaparecido, Provenzano llevó una vida casi normal, vestía trajes de calidad, hacía buenas comidas en restaurantes caros, conducía coches potentes. En los últimos años previos a su detención se vio obligado a pasar permanentemente recluido en distintas casas de personas afines, llevando una vida espartana, se hacía su comida, se lavaba su ropa. Pero incluso en estos momentos, se las ingenió para burlar el cerco policial, como en 2005 cuando acudió a una clínica de Marsella para operarse de la próstata bajo la falsa identidad de un jubilado siciliano y pasó posteriormente los gastos de la operación a la Región de Sicilia para que le fueran reembolsados.


Su detención no es consecuencia de una traición, sino fruto de un paciente trabajo policial que se ha servido de los procedimientos clásicos. Los pizzini son la conexión de Provenzano con el mundo exterior, le permiten seguir al frente de la organización, pero también son su perdición. Gracias a las escuchas telefónicas y al seguimiento de las personas que hacen de correo de los pizzini, se da con el paradero de una casa de campo en Montagna dei Cavalli, donde es detenido Bernardo Provenzano el día 11 de abril de 2006. Cuando es detenido, interpela a los agentes de policía, Vosotros no sabéis lo que estáis haciendo.


Por primera vez un libro de Camilleri aborda como tema central la mafia siciliana. En los libros protagonizados por el comisario Montalbano la mafia tiene escasa presencia, restringida a muy determinados personajes en unas pocas novelas. En sus otros libros, los históricos, se intensifica progresivamente esta presencia mafiosa, aunque sigue limitada a la presencia de algunos personajes. En unas y otras, estos personajes mafiosos no son sino otro ingrediente más de esas historias, y no el principal. No se menciona la palabra mafia (al menos que uno recuerde). En alguna entrevista leída, Camilleri afirma querer evitar la identificación automática entre Sicilia y mafia, y lo consigue efectivamente. Sin ignorar este fenómeno, que determina gran parte de las cosas que suceden en Sicilia, Camilleri nos enseña otra realidad de su tierra. Su contribución a la lucha contra este fenómeno no podía hacerse esperar. Los derechos de autor del libro serán cedidos íntegramente a la Fondazione Andrea Camilleri e Funzionari di Polizia para los hijos de las víctimas caídas en acto de servicio.


LO MEJOR: Libro interesantes para acercarse a la lógica mafiosa y a la figura de Bernardo Provenzano, con el personal estilo de Camilleri. El formato de diccionario en que está estructurado el libro, si no original, sí resulta sumamente efectivo para resaltar los aspectos y elementos que interesan a Camilleri.


LO PEOR: Aventurar explicaciones a determinadas situaciones de una organización tan intrincada e incomprensible como la mafia, puede resultar, aun en el caso de un sabio como Camilleri, un ejercicio de ingenuidad que seguramente haya hecho esbozar alguna sonrisa de condescendencia al raro mafioso ilustrado que haya podido leer el libro.


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